miércoles, 15 de enero de 2014

El motín y la matanza de Río Blanco


Se cumplen 107 años de los motines populares en Río Blanco, que terminaron muy mal. Se habla hoy de “la huelga de Río Blanco”. Así la definió la prensa, pero no hubo tal.

Lo que hubo fue una huelga de obreros textiles en Puebla y Tlaxcala, en diciembre de 1906, que fue apoyada financieramente por los de Río Blanco. Ambos grupos eran parte del Círculo de Obreros Libres, afines al magonismo y a otros grupos que el gobierno consideraba sediciosos.

Esto escribía Juan Neira, uno de los líderes (que fue obligado a huir de Río Blanco antes de los sucesos que narro): “El obrero mexicano ha llegado a tan  bajo grado de miseria que fuera de los rusos y los chinos es el obrero más miserable del mundo”

 La fábrica de Río Blanco era de las más modernas del mundo, y de las que más ganancias reportaban, por la diferencia entre productividad y salario. Un obrero ganaba 75 centavos diarios; si era mujer, 60 centavos; los niños –según la edad-, entre 20 y 50 ctvs. Multipliquen por 100 para 2014.

Además, a los obreros se les descontaba cualquier desperfecto de la máquina y se deducía de su sueldo aportación a fiestas cívicas y patronales.  La empresa les daba alojamiento a los trabajadores, por la módica renta de $2 semanales. También había tienda de raya, un "poco" cara (entre 25% y 75% más que las tiendas normales), en la que los obreros debían gastar sus ingresos..

Eran 13 horas diarias de trabajo entre pelusa, tintes y humo, en una atmósfera irrespirable. Pero la paga, aunque ahora nos parezca miserable, era superior a la media de la época.

Las huelgas en Puebla y Tlaxcala eran para reducir a 12 horas la jornada, subir salarios y eliminar tiendas de raya.

Los patrones de Río Blanco, que eran los mismos, decidieron entonces hacer un paro patronal (lo que los gringos llaman lock-out) en Río Blanco y Santa Rosa, a partir de Nochebuena. La idea de los dueños era que, si los obreros de Río Blanco no cobraban, no podían enviar dinero a Puebla.  Tenían razón.

Ante la huelga textil, el presidente Díaz emitió un laudo favorable a los patrones, obligando a todos a regresar al trabajo el 7 de enero. El laudo también prohibía la huelga y limitaba la capacidad de formar sindicatos.
La protesta

Esa mañana, obreros inconformes se juntaron para impedir el acceso de aquellos que quisieran regresar a las labores. La empresa cerró.

Entonces, la gente se dirigió a la tienda de raya, a exigir que les fiaran comida, porque llevaban semanas sin cobrar, vivían al día y tenían hambre. Una de las versiones dice que el empleado de la tienda les contestó: “A estos perros no les daremos ni agua”.

El incendio y el inicio del motín
Nunca lo hubiera hecho. La gente, enardecida, lo mató, saqueó la tienda y la incendió. De ahí intentó prender fuego a la fábrica, que estaba enfrente.

Había empezado el motín. Los obreros se lanzaron a la gendarmería, donde liberaron a los presos. De la cárcel se dirigieron a la vecina Nogales, saqueando todo lo que encontraran a su paso, incluida la tienda de raya de Santa Rosa (hoy Ciudad Mendoza). También paralizaron el servicio de tranvías, cortaron la electricidad y entraron en toda casa rica que veían para vaciarla.

Imaginen el piano, los espejos y los muebles de don Arturo Ortega volando desde el segundo piso hasta deshacerse.

“Los huelguistas habían adoptado una actitud hostil y se habían entregado a excesos de todo género”, leí al día siguiente en mi periódico El Imparcial.

 Llegando a Nogales, se toparon con el Ejército, que los recibió a balazos. Hubo un número indeterminado de muertos, y doscientos detenidos. Fue la primera matanza.

A pesar de que mi diario El Imparcial decía que “el orden ha sido restablecido” y de que se había exagerado la situación, los patrones pensaban otra cosa. Enviaron un telegrama al Presidente Díaz dándole a entender que la destrucción había sido casi total y que todavía reinaba el caos.  Jugaban los empresarios a alarmar al Presidente, sugiriendo que la cuestión obrera hacía crisis como en otros países. Lo lograron.

El 8 de enero llegó a Nogales el general Rosalino Martínez, y organizó una cacería de huelguistas, en la que no hubo piedad alguna. Fusiló sin juicio a los líderes obreros, persiguió hasta las montañas a los que habían huido, cateó casa por casa. Mató a montones.

Los pocos líderes que salvaron el pellejo (se hablaba de entre 200 y 800 muertos) fueron enviados a San Juan de Ulúa y Quintana Roo. A la cárcel o a trabajar el henequén como esclavos.

Martínez ordenó apilar los cadáveres junto al ferrocarril. Luego saldría un tren a Veracruz, a tirar los cuerpos al mar para que fueran pasto de tiburones.

La única victoria de los trabajadores fue que don Porfirio Díaz ordenase la clausura de las tiendas de raya. Ahora podían comprar donde querían... Claro, los que quedaban. El 13 de enero, cuando volvieron forzadamente al trabajo, 381 obreros ya no estaban con ellos.


En la ciudad de México, los sucesos de Río Blanco fueron motivo de desprestigio para el gobierno del presidente Díaz. El desprestigio no fue por el laudo; tampoco por sofocar el motín. Fue por los excesos de sangre.El baldón fue eterno y el prestigio, nunca más fue recuperado.


La tropa de Martínez, frente a las instalaciones de la fábrica





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